jueves, 1 de septiembre de 2011

No lo vi, me lo dijeron; pero fue cierto. (Un cuento)

(Los nombres de los personajes son ficticios, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.)

Por: Lustein Baldemar López Alcázar.

En los años en que Huixtla era un pueblo en proceso de urbanización, que no tenía tantas calles pavimentadas y las propiedades se dividían con cercos de plantas y alambres de púas, no era tan difícil pasar de una propiedad a otra. La gente no robaba como ahora y el ambiente de comunidad era más vinculado aunque los patios eran grandes.

En esas fechas ocurrió una historia tan peculiar que se antoja a una moraleja: Roberto era un joven en edad cercana a los treinta, casado, que gozaba de buena salud y virilidad. Una de las muchas noches de feria, cuando el parque estaba en la hora de más afluencia, en el que la gente cenaba y disfrutaba de los juegos mecánicos, él caminaba y lo hacia como esperando solo que el tiempo pasara. Después de tanto dar vueltas al fin se dirigió frente al negocio de don Arturo, “La burula”, cantina famosa y muy concurrida. Se detuvo disimuladamente como buscando algo mientras contaba cuantos clientes habían. Después vio su reloj y sonrió con cierta malicia.

Comenzó a caminar buscando una de las salidas de la feria, hasta perderse en lo oscuro de las calles. Contrario a lo que había en la feria, por las aceras casi no había gente, todo parecía tan silencioso, se podía escuchar el sonido que emiten los insectos nocturnos, y el ladrido de algunos perros.

Roberto ya había abandonado las calles pavimentadas y caminaba por las empedradas calles de aquéllos días; sentía que la respiración se intensificaba mientras se acercaba a cierta casa, poco a poco se detuvo frente a una cerca y constato que nadie lo viera y la saltó, mientras alguno perros comenzaban a ladrar. Después de olfatearlo, se quedaron quietos. Caminó hacia la parte trasera de la casa, buscando la puerta de la cocina. Mientras tanto alguien dentro de la casa, caminaba hacia la misma dirección apenas logrando distinguir entre la oscuridad; era Patricia la mujer de Don Arturo, el cantinero de la feria. Ella era una hermosa mujer, joven y de figura escultural. Al abrir la puerta abrazo con locura a su amasio y le comenzó a llenar de caricias y besos mientras penetraban a la vivienda. El respondía de la misma forma a los arrumacos de su amada buscando así satisfacer sus deseos carnales. La intensidad de las caricias reclamaba el lecho calido para consumar la pasión prohibida que los arrastraba. Justo en ese momento escucharon los ladridos de los perros y al mismo tiempo la potente voz del amo que les hablaba por sus nombres. Ambos sintieron helarse por el susto. Un miedo terrible los invadió al sentir que estaba a punto de ser descubiertos. Astutamente Patricia le sugirió a Roberto que se ocultase detrás de una puerta que daba al fogón que estaba en el patio.

Se escucharon los golpes insistente en la puerta, esperando un poco, quito la tranca de la puerta y fingiendo estar adormitada le dijo al esposo que se le hacia extraño que llegara tan pronto. El le comento que el ayudante había llegado y que se había dado el resto de la noche libre. En ese instante comenzó a abrazarla e intentó besarla, pero ella le contesto que tenia dolor de cabeza y que no se sentía bien, a lo que don Arturo le rogaba un poco de placer, ella contesto que mejor se durmiera, que estaba indispuesta.

Don Arturo no tuvo más que acostarse y al poco tiempo se quedo completamente dormido, momento que Roberto aprovechó para salir de la casa y después caminó rumbo a su hogar en donde lo esperaba su mujer.

Caminaba con cierta intranquilidad, recordaba que había estado a punto de ser descubierto, aunado a eso, su excitación había sido interrumpida de forma abrupta y solo le quedaba recordar y anhelar los besos y las caricias de su amante para otro encuentro. Apresuro el paso para poder llegar más rápido a su casa.

A la entrada de su vivienda sus perros salieron a recibirlo y llamó a cada uno por su nombre para que se tranquilizaran.

Toco la puerta con cierta insistencia, su esposa quito la tranca, el entro; y sin decir más comenzó a besarla, de alguna forma deseaba satisfacer su necesidad sexual que momento antes había sido estorbada. Pero, curiosamente su esposa le dijo: Tengo dolor de cabeza, no me siento bien, mejor acuéstate a dormir. En ese momento Roberto la hizo a un lado y veloz como un rayo encendió las luces de su casa, como loco busco por todos lados para ver sino había algún sujeto escondido.

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